Nuestros sentimientos y nuestra experiencia


No es raro encontrar en nuestros días que muchos tienen como criterio de verdad o idoneidad los sentimientos, pero sabemos sobradamente que estos no son ni criterio ni asidero seguro, pues estos van y vienen.

Resulta vital, por ello, formar nuestra conciencia y nuestra razón para que operen en la búsqueda de aquello que es bueno objetivamente.

Sin embargo, no muy lejos están los que consideran aquello que experimentan o han experimentado como criterio de verdad. Si el primer aspecto que comentábamos no tiene mucho más que comentar, pues cae por su propio peso, este segundo sí.

Las experiencias que a lo largo de nuestra vida vamos teniendo son en muchos casos de una importancia vital. Pensemos por ejemplo, en el niño que se acerca al fuego y se quema, al instante, aprende que acercarse al fuego es demasiado peligroso/doloroso y así con tantas otras situaciones que a cualquiera de nosotros nos han prevenido de multitud de peligros, avatares y desdichas.

Con todo, hay que ir un paso más allá.

La experiencia y los conocimientos/advertencias que esta nos proporciona tienen un alcance limitado y puede que, en este punto, no estemos descubriendo nada nuevo tampoco. Pensemos ahora en el cansancio o el sueño que puede sentir un padre o una madre en mitad de la noche cuando oye a su bebé despertarse llorando. Resulta obvio que cualquier padre o madre que se precie, se levantará y atenderá su hijo, pese a que su experiencia le indique que siempre que se despierta en mitad de la noche experimenta cansancio o sueño. Hay algo que objetivamente hay que hacer - atender al infante - con independencia de como te encuentres en ese momento, cansado o con sueño.

Avanzando más allá de estos ejemplos de índole cotidiana, vayamos al campo espiritual.

Cualquiera que tenga un mínimo de interés por la cultura clásica y especialmente por las prácticas que las religiones griega y romana sabrán que hay muchos testimonios de gente que tras asistir a determinados santuarios - como el del dios Asclepio - dejaban constancia del efecto benéfico que habían experimentado en ofrendas votivas o placas para que no se olvidase lo "bueno" que era incurrir en determinadas prácticas espirituales a tal o cual dios/a. No podemos negar que muchos recobraron su salud de enfermedades graves, ahora bien, el precio de ello - y no nos detendremos aquí en este punto - es otro aspecto a considerar.

O dicho, de otro modo, resulta obvio para aquellos que se hayan podido interesar mínimamente en las prácticas espirituales de aquellas civilizaciones antiguas, que uno de los argumentos que con más fruición utilizaban para justificar su culto a un dios o una diosa en particular era la "efectividad" de dirigirse a ese ser.

Este mismo criterio que aquellos paganos utilizaban, es el mismo que muchos tienen el campo cristiano. No son pocos, los que adoptan determinadas prácticas espirituales con base en esa misma brújula "experimental", brújula, por otra parte, auto referencial.

Los que tal idea tienen, aluden con grave falsedad a las palabras de Jesús "por sus frutos los conoceréis" para justificar que sus prácticas producen frutos "buenos" y, por tanto, quedarían validadas, ignorando que debe hacer una necesaria vinculación entre el fruto (la acción) y el árbol (Jesús).

Para que algo pueda considerarse espiritualmente aceptable, debe tener su fundamento y su sustento en la enseñanza de Jesús o de sus apóstoles, pues solo ellos Jesús (por ser Dios) y los apóstoles (por ser inspirados por el Espíritu Santo) tienen la capacidad de trazarnos la licitud o no de tal o cual práctica. 

Y en aquello que sea controversial, contamos con la ayuda de la iglesia, la cual siendo testigo y custodia de los libros sagrados puede/debe basándose en éstos resolver aquello que se plantee. Un gran ejemplo de esto es San Irineo de Lyon o San Agustín en sus respectivos retos teológicos.

Extrañas palabras son estas para no pocos, pero ni la "paz" ni tu "salud" ni cualquier otro aspecto beneficioso tiene valor alguno como criterio determinante para enjuiciar algo dentro de aquellos que con sinceridad se profesen el nombre de cristianos.

Somos conocedores, como en la antigüedad clásica, a la que antes aludíamos y de la cual tenemos una herencia artística fabulosa, nos da muchos testimonios de lo "benéfico" de dirigirse a Artemisa o Asclepio - por poner un ejemplo dentro de la pléyade de seres "divinos" - y eso no puede llevarnos a aceptar como legítimo dirigirnos a esos seres.

Nos recuerda John Henry Newman, en una de sus homilías, lo siguiente: Nosotros cristianos, pecadores como los demás hombres, no podemos degradar nuestra naturaleza o defraudar la misericordia de Dios, y aunque dirigirse al Dios vivo es cosa terrible, sin embargo, tenemos que dirigirnos a Él, o morir.

De tal forma y manera - a modo de conclusión - advirtamos si nuestro caminar espiritual está vinculado a la vid (Jesús) o no.

Mañana, es domingo de Ramos y con gozo podemos celebrar - pues sabemos de donde proviene tal festividad - la aclamación de Jesús en su entrada a Jerusalén para acompañarle en pasión, muerte y resurrección. 

Aunque nuestros sentimientos van y vienen, el amor de Dios por nosotros no se va nunca.


Borja Ruiz

01/04/2023

Comentarios

Entradas populares