La palabra: efectos en nuestros afectos

Recientemente llegaba a mis oídos la siguiente frase: hacen falta 100 palabras buenas para sacar una mala. La frase, quizá discutible para algunos, la pronunció María Luisa Villanueva, experta en análisis transaccional y gran conocedora de la psicología profunda impulsada por el célebre suizo Carl Gustav Jung. Fue esta afirmación la que me llevó a reflexionar en cómo, cuando alguien se encuentra en determinadas latitudes (por ejemplo, es padre, madre u ocupa algún rol relevante desde el punto de vista psicológico) las palabras que pronuncie o el comportamiento que tenga puede tener un efecto destructivo o constructivo. 


Ligado a esto, viene inevitablemente a nuestra memoria aquello que dice que es más fácil destruir que construir. Ambas frases me parecen que nos acercan a dos realidades reconocibles fácilmente para todos nosotros: el impacto que determinadas personas han tenido o tienen sobre nosotros y lo complejo que puede resultar reponerse de las palabras o acciones de ese tipo de personas. 

Hasta este punto, puede que no haya puesto de relieve nada nuevo y sean simples obviedades las que he expuesto sobre el papel. Sin embargo, sí me parece de vital importancia que si somos conscientes de esto, nuestro comportamiento, gestos, palabras debería de tamizarse antes de expresarse por aquel filtro que versaba así: tratad a los demás como queráis que ellos os traten y que nos enseñó alguien que fue mucho más que un maestro hebreo. 

Solo así, desde el amor al prójimo, sabedores que unas malas palabras, unos gritos, pueden llegar a imprimir en el alma receptora huellas a veces indelebles y que en muchas ocasiones se necesitan años y palabras más dulces que la miel para sanar, podremos caminar en esta vida con mayor conciencia/respeto del prójimo. 

Por último, antes de concluir esta reflexión, pareciera que vienen a mi las palabras de aquellos que recordando que la vida muchas veces puede requerir de bravura, gallardía, ímpetu y de órdenes imperativas quisieran desechar todo lo expuesto en lo anterior sin percatarse que lo uno no invalida lo otro.

No en vano, nos recordaba José Ortega y Gasset: la palabra es un sacramento de muy delicada administración. 


Borja Ruiz

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